Conforme avanzamos en la vida, comenzamos a adquirir conocimientos y confianza en los argumentos que definen nuestra forma de pensar. Sin embargo, llega un punto en que esa confianza puede convertirse en ego, llevándonos a mantenernos firmes en discusiones incluso cuando podríamos estar equivocados. Lo más interesante es que este ego, en ocasiones, nos impide admitir cuando no comprendemos algo. Preferimos guardar silencio y evitar levantar la mano, temiendo que al mostrar nuestra falta de comprensión otros nos rechacen o, peor aún, se burlen de nosotros por no entender algo que parece obvio para los demás.
Con el tiempo, he aprendido a valorar la importancia de ser una persona que puede decir: “No lo sé,” “No lo comprendo,” o “No lo entendí.” A la vez, he desarrollado la habilidad de pedir explicaciones y buscar claridad. Desde pequeño, siempre he sentido una necesidad profunda de aprender y estudiar. Esa curiosidad natural hizo que muchas personas me vieran como alguien con todas las respuestas, lo que generaba una presión constante para siempre parecer seguro y bien informado.
El problema de este comportamiento es que, si no somos honestos con nosotros mismos, podemos caer en el error de dar respuestas sobre temas que realmente no entendemos. En entornos de trabajo en equipo, por ejemplo, esto puede ser especialmente perjudicial. Cuando llega el momento de tomar una decisión grupal y no entendemos completamente lo que se está proponiendo, es común simplemente seguir la corriente de la mayoría en lugar de expresar nuestras inquietudes. Esto puede llevar a decisiones apresuradas o mal fundamentadas, simplemente porque no tuvimos el valor de admitir que no teníamos los datos suficientes para opinar.
Por eso, creo que la humildad es clave. Es fundamental aceptar que nuestro conocimiento es limitado y que está bien admitir cuando no entendemos algo, incluso si parece obvio para los demás. Levantar la mano y decir “Yo no lo entiendo” no solo es un acto de honestidad, sino también de valentía. Más aún, muchas veces descubrirás que al expresar tus dudas, otras personas en la misma sala, que también estaban confundidas pero temían hablar, se sentirán motivadas a hacerlo. Esto no solo enriquece la conversación, sino que también permite que todos lleguen a una mejor comprensión colectiva.
En mi experiencia, al ser sincero con mis propias limitaciones y pedir explicaciones a quienes dominan un tema, surgen nuevas preguntas que abren espacio para una discusión más profunda. Incluso quienes lideran la conversación pueden encontrarse con dudas o limitaciones que no habían notado antes. Esto demuestra que todos tenemos un límite de conocimiento, y está bien admitirlo.
Es cierto que habrá momentos en los que algunas personas, por falta de empatía, reaccionen con burla o se impacienten porque sienten que preguntas “atrasan” el proceso. Pero esa pausa para aclarar las dudas suele ser clave para tomar decisiones más claras y fundamentadas. Cuanto mejor comprendamos un problema y lo definamos, más cerca estaremos de una solución.
En las empresas, como en la vida personal, muchas decisiones se toman apresuradamente, simplemente para “salir del paso.” Esto ocurre porque las personas involucradas no tienen claridad sobre lo que se quiere lograr y, por temor a preguntar, prefieren seguir la corriente de quienes parecen más seguros. Pero incluso esas personas suelen tener dudas.
Por eso, sé de las personas que preguntan. Sé de quienes hacen una pausa y dicen: “No lo comprendo muy bien, pero quiero entenderlo mejor. ¿Pueden explicarlo?” Este pequeño acto no solo te hará más sabio, porque recordarás mejor aquello que te expliquen, sino que también ayudará a evitar decisiones apresuradas que puedan tener grandes consecuencias, ya sea en tu vida personal, en el trabajo o en los resultados de un negocio.
Levantar la mano no es un signo de debilidad, sino de compromiso con la verdad y el aprendizaje. Y ese compromiso puede marcar la diferencia entre simplemente avanzar y avanzar con propósito.