Caminando por las calles de Barcelona vi a un joven intentando un truco de skate una y otra vez. Cada vez que fallaba, su expresión cambiaba: se veía frustrado, decepcionado consigo mismo. Y en el siguiente intento, su ejecución empeoraba, como si esa desilusión pesara sobre él. Al verlo, me di cuenta de lo mucho que influye la manera en que reaccionamos ante el fracaso, no solo en el skate, sino en cualquier aspecto de la vida.
Tal vez no lo notes, pero hay una gran diferencia entre creer que estás ganando y sentirte agobiado por el peso de cada error. Cuando intentas algo y fallas, la manera en que reaccionas influye directamente en tu desempeño futuro. Si cada tropiezo te llena de dudas sobre tu talento y tus capacidades, esas dudas se filtrarán en los siguientes intentos, afectando tu precisión, tu confianza y tu energía. En cambio, si adoptas una mentalidad de éxito, tu enfoque cambia: en lugar de lamentarte por lo que salió mal, tu atención se centra en lo que puedes mejorar, en cómo hacerlo mejor la próxima vez.
Las personas más seguras de sí mismas no son necesariamente las más talentosas o experimentadas, pero tienen la habilidad de creer en su propio proceso. Incluso cuando el mundo duda de ellas, siguen adelante con la certeza de que cada intento suma, que cada paso, aunque parezca pequeño, las acerca a su objetivo. A esto muchos lo llaman “suerte de principiante”, pero en realidad es el poder de la confianza: cuando crees en ti mismo, toda tu energía se dirige a la acción, en lugar de dispersarse en el miedo al fracaso.
Henry Ford lo expresó claramente: “Tanto si crees que puedes hacerlo como si crees que no puedes, en ambos casos tienes razón”. La confianza no garantiza el éxito inmediato, pero sí determina cómo enfrentas los desafíos y cuánto estás dispuesto a perseverar. Así que la próxima vez que caigas, levántate con la actitud de alguien que está un paso más cerca de lograrlo. Porque, al final, el verdadero fracaso no está en caer, sino en dejar de intentarlo.