El enfoque de tener una vida minimalista permite que te resistas con mayor facilidad a la tendencia que tenemos los seres humanos de llevarnos a casa todo aquello que nos guste.
Por ejemplo, estás en el río, ves algunas piedras bonitas y sientes que deberías llevártelas contigo porque se verían muy bien en tu escritorio. O estás en la playa y te gustan mucho unas conchas de mar y decides tomar algunas como recuerdo de tu paseo. O ves una planta muy bella en el bosque y quieres tomar algunas para lucirlas en tu jardín.
En fin, todo lo que “brilla” nos despierta esa necesidad de “conquistar”, de tomar y llevarlo con nosotros, tal y como ocurría a mayor escala cuando naciones invadían pueblos indígenas para saquear sus tesoros.
Esta tendencia de querer extraer algo de su espacio natural para lucirlo en entornos controlados como nuestra casa, oficina o nuestro cuarto, crea en nuestra mente la idea de que puedes tener todo lo que deseas; incluso si esto significa alternar un entorno natural.
Si actúas así, pierdes noción de una importante lección: una flor, una piedra, un animal, o cualquier otra creación de la naturaleza es perfecta tal y como es, y justo donde está. Si nosotros decidimos alterar esto por el simple capricho de sentir que es nuestro para lucirlo ante los demás, dejaremos de disfrutar su verdadera esencia y privaremos a los demás de sentir la mágica emoción de disfrutarlo en su hábitat natural.
Por lo tanto, sé de las personas que disfrutan sin alterar el entorno, que lo único que acumulan son experiencias, nunca objetos, y sobre todo, sé de las personas que protegen el hábitat natural de las bellezas que el planeta tierra nos regala.
Un abrazo, nos vemos mañana.