Sin darnos cuenta, todos tenemos patrones de referencia para calificar cualquier cosa de nuestras vidas. Tal y como existen patrones de referencia para determinar lo que se entiende por un kilogramo, también nosotros como seres humanos usamos referencias internas para clasificar si algo que vivimos es bueno, malo, catastrófico, emocionante, aburrido, etc.
Es decir, toda situación que vivimos está condicionada por nuestras experiencias pasadas. Por ejemplo, si una persona ve el mar por primera vez a sus 18 años, las emociones que sentirá serán muy elevadas comparadas con las mismas emociones de un joven de 18 años que haya crecido junto al mar y que esté en ese mismo momento y lugar.
Ambos ven el mar, incluso pueden estar parados uno junto al otro, pero aun así las emociones que perciben son extremadamente diferentes. Por este mismo motivo, entre más cosas vivas es probable que pierdas noción de lo que es sentir admiración por las nuevas experiencias.
Son pocas las personas que logran mantener esa cualidad de admiración conforme avanzan los años, y es justamente en esta capacidad que reside el poder de ser feliz. Algunos piensan que se es feliz experimentando mayores emociones, como tirándote de un paracaídas, viajando a los lugares más exóticos o comiendo los mejores platillos del mundo, pero la realidad es que estos son solo instantes de alta felicidad que no todos tiene el privilegio de vivirlo varias veces al día. Por eso el secreto está en lograr evocar nuestro sentido de admiración en las experiencias cotidianas.
En mi caso particular tuve el privilegio de realizar un intercambio por varios meses a Estados Unidos cuando tenía 21 años. Durante esa experiencia logré ir a Las Vegas donde vi en vivo un show del Circo del Sol en uno de los escenarios más espectaculares que jamás había visto. Desde entonces ese show se convirtió en mi patrón de referencia para calificar un espectáculo como bueno o malo.
En otras palabras, la extraordinaria ola de emociones que sentí por ver la calidad de trabajo del Circo del Sol, provocó que ya no disfrutara con la misma intensidad los espectáculos que veía en festividades o shows de otras zonas en las que he estado. Inconscientemente, estaba determinando la calidad de mi experiencia a partir de mis recuerdos.
Hasta que por fin entendí que si queremos realmente extraer felicidad de cada instante, el truco está en dejar de comparar momentos actuales con el pasado, y dejarnos llevar por las cosas que hacen único a lo que estemos viviendo el presente.
Para llevarlo de forma práctica a tu vida, la siguiente vez que experimentas algo que podría ser especial o único en tu rutina, no te hagas la pregunta interna e inconsciente de “¿qué hace mejor este momento a lo vivido en mi pasado?”, en lugar de ello, hazte la pregunta consiente de “¿qué detalles hacen único a este momento que estoy viviendo y por lo cuales podría estar altamente agradecido?”. Al hacer este cambio de mentalidad, accederás con mayor facilidad a tu sentido de admiración por la vida y, por lo tanto, más fácil vivirás esa mágica sensación que todos llamamos felicidad.
Un abrazo, nos vemos mañana.